Septiembre del año 2020.
Entrando al colegio con mascarilla ffp2 cubriendo medio rostro, botecito de hidrogel en el bolsillo y una pantalla guardada en la mochila preparada para colocármela. Saludo a los compañeros de forma comedida, con la prudencia de intentar estar separado. ¿Qué tal estáis?¿La familia, bien?¿Todos están sanos?
Es la primera vez en mi vida como maestro, que regreso a la escuela, y más que con ilusión, lo hago con incertidumbre y miedo.
Ha sido mucha la cautela y el cuidado dentro de la familia. Visitas con quedadas al aire libre y algún que otro almuerzo en casa, pero yo en la terraza. Y es que papá se acerca a los 70 y toma varias pastillas tras su infarto al corazón. Y mamá roza los 64, y ya en su momento tuvo que regresar en vacaciones por una neumonía.
Camino hacia el aula y, una vez dentro, la pregunta que llevo repitiéndome desde hace varios días atrás. ¿Cómo puedo hacerlo para cuidarnos cuando estemos aquí los 25? Apilo todas las mesas y las sillas en un rincón de la clase para poder analizar tranquilamente la superficie de la clase. ¿Organizo grupos con mesas libres intercaladas para aumentar las distancias entre los niños? Tras la formación del primer grupo, rápidamente se aprecia que esa distribución no sirve. Sería necesario un suelo con el doble de superficie. ¿Tal vez minigrupos de 4 alumnos formando un rombo? De esa forma, los niños podrían estar separados entre sí aproximadamente a 1 metro. Imposible. Llevo 4 que abarcarían a 16 alumnos, y la superficie ya está casi cubierta. Y es que son 24.
¡Piensa, Paco, piensa! ¡5 filas, de 1 en 1, dejando una distancia aceptable entre el de delante y el que le sigue justo detrás! Las filas 1, 3 y 5, con las mesas a la misma altura. Las filas 2 y 4, desplazadas un metro hacia delante. Así, cuando un niño se siente, a izquierda y a derecha tendrá a un compañero situado de forma diagonal y más distanciado.
Toca desprenderse de mobiliario. Si los materiales van a permanecer en casa hasta que sea necesario que se vayan trayendo, puedo crear un poco más de espacio libre sacando algunos muebles hacia otro lugar de almacenamiento.
Nada asegurará una protección ni un cuidado al 100%, pero sí podemos intentar minimizar los riesgos cuando estemos todos al completo.
Llega la primera tutoría colectiva. Al aire libre, en la pista del patio, las familias del alumnado de Primer Ciclo, la tutora de 2º y yo.
-Blanca, déjame tomar la palabra para comenzar, y tú luego expones los puntos a tratar más oficiales que se han decidido en Claustro-
Y, sin guión preparado, les hablo abiertamente a todos los presentes con lo que me sale del corazón.
-Soy el maestro Paco, pero por encima de todo, soy una persona como ustedes, con dos padres, que a su vez son abuelos. Habréis leído y oído una y mil cosas en los medios de comunicación, y no os voy a engañar. Conocéis el colegio, sus aulas, sus espacios y a todos los maestros. Pues todo sigue siendo igual y seguimos siendo los mismos. Os tengo que ser sincero y es que vengo a trabajar con un cierto miedo. No sé lo que va a depararnos el curso, pero voy a centrar todos mis esfuerzos en cuidar a vuestros hijos, en cuidarme a mi y, por ende, estaremos cuidando a las personas de nuestro alrededor. Primero, la salud. Luego, todo lo referente a lo educativo-
Roto el hielo con los compañeros y con las familias, sigue costándome conciliar el sueño a la hora de dormir. Siento angustia y nervios. Y, es que a mi, lo que me está preocupando de verdad, son los que faltan por llegar y de los que voy a ser verdaderamente responsable; mis alumnos.
9:00h. de la mañana. Pantalla colocada, bata puesta y un dosificador de 1 litro en la mano. No sé si parezco un maestro o un enfermero en la puerta de la UCI.
-¡Por aquí!¡La clase de 1º es por aquí!¡Abre las manitas, nene!¡Frótate bien las palmas de la mano y los deditos!
Uno a uno, la clase empieza a llenarse. Al primer vistazo, es fácil analizar que nada va a ser normal. Y no estoy hablando de la estética fría de la disposición del grupo, ni tampoco de la de las personas que conviviremos dentro. 7 sillas sin bajarse de las mesas, significan 7 alumnos que no han acudido hoy.
- Ya me conocéis, soy el maestro Paco, vuestro tutor. Podéis llamarme maestro, Paco y hasta Paquito. Cualquier forma, dicha con cariño, será bien recibida por mi parte. Sois muy pequeños para comprender lo que está sucediendo en el mundo, y no es que yo sea lo suficientemente mayor para poder hacerlo, pero sí que todos, ustedes y yo, oímos la palabra coronavirus muchas veces cada día. Voy a intentar enseñaros muchas cosas como maestro y me sentiré feliz por todo lo que aprendáis como alumnos. Pero quiero que tengáis clara una cosa, en este curso voy a ser más como un padre que estará cuidando de sus hijos-
-¿Estáis viendo las 5 filas que hay formadas? Poneros todos en pie. La fila 1 es la que está más cerca de la puerta de acceso y será la primera que va a comenzar a salir de forma ordenada. Justo cuando el último niño de la fila 1 cruce la puerta, se le irá uniendo el primer alumno de la fila 2 y así, sucesivamente, id repitiendo la misma actuación las filas 3, 4 y 5-
Se forma un "gusano" con los 24 caminando hacia el patio del recreo, y yo comienzo a dar las primeras pautas de cómo debe ser la separación entre ellos y el ritmo de los pasos. Entramos en el aula, nos sentamos, y volvemos a salir. En la escuela, concebida como una carrera de fondo, la importancia de establecer rutinas es vital y, para este curso académico que nos ocupa, aún más.
-Cada tutoría tiene asignada un baño para las niñas y otro para los niños. En ambas puertas veréis un cartel con 1º EP. Ésos serán los nuestros. Quien necesite usarlo, que vaya sin problema. La única condición es que sólo puede ir una persona de cada sexo. Al regresar, aquí dejaremos este dosificador para que os desinfectéis las manos como hemos hecho a las 9:00 horas-
Es la hora del recreo y toca salir a desayunar.
-¡Aquí! ¡Allí! ¡Aquí!- Voy situando a cada niño en los cruces de líneas de la superficie del suelo. Aseguro unos 3 metros de separación.
-¡Nos quitamos mascarillas y quienes vayan terminando, que respete al prójimo quedándose en su lugar hasta que todos terminemos!-
-¿Todos habéis desayunado ya?¡Mascarillas puestas!¡Abriros, no os acerquéis tanto!¡No agarres al compañero, no debemos tocarnos!¡Abrid el círculo un poco más!-
Y así, día tras día, vamos asimilando estas "nuevas normas" que nunca antes habían existido. Ante mis ojos, la frustración y/o resignación de ver a mis alumnos (con estas edades tan tempranas) sin poder disfrutar como debieran, encorsetados en unos patrones impropios de los que se dictan para su madurez. Me resulta complicado poder educar cuando no me siento feliz y, así y de esta forma, no lo estoy.
Al finalizar cada sesión, siempre saco a mi "gusano" al patio. Ellos ya saben dónde colocarse. Quiero que respiren libremente sin mascarillas, mientras la clase se ventila unos minutos. Lo agradecen tanto que, casi no se admite un olvido por mi parte.
-¡Maestro, sácanos a respirar!-
En la asamblea de los lunes, siempre cuentan qué han hecho durante el fin de semana. Y yo voy rematando todas y cada una de sus intervenciones con las mismas preguntas...¿Has disfrutado? ¿En la familia están todos bien? Oír un ¡sí! rotundo en cada una de sus respuestas, es un soplo de aire fresco y me alivia. Confundo si he cogido apego a la relación maestro-alumno, porque en realidad la que estoy sintiendo; es la de un padre con sus hijos.
Éstos son los recuerdos del inicio...
El camino que hemos recorrido, lo dejo guardado en mi cabeza...
En el final, han quedado sólo mis sentimientos. El curso en el que, más que considerarme un docente, he sido persona y, más que enseñar, he sentido la necesidad de lo que no hemos podido hacer...abrazar.